Ser saludable no es ser perfecto: el día que dejé la culpa y abracé el jamón serrano

Mel
By Mel
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Ser saludable no es ser perfecto. Durante mucho tiempo pensé que ser saludable era como ser el protagonista de un anuncio de yogures bio: gente que se levanta a las 6:00, hace yoga al amanecer, se toma un batido verde que parece barro alienígena y sonríe todo el día como si le hubieran puesto la risa en el café.

Spoiler: yo no era esa persona.
Yo era más bien la del café con galletas a escondidas, la que decía “mañana empiezo” con la boca llena, y la que confundía “entrenamiento funcional” con “subir la compra sin bufar”.

Pero un día, así como quien no quiere la cosa (y después de 30 vídeos motivacionales y tres intentos fallidos de empezar un reto de 21 días), me di cuenta de algo muy tonto… y muy importante:

👉 Ser saludable no es ser perfecto.

Y entonces todo cambió.

🎯 Parte 1: La falsa ilusión de creer que ser saludable es ser perfecto

En mi cabeza, “saludable” era igual a:

  • Desayunar avena (sin azúcar y con toppings que no supiera pronunciar).
  • Hacer ejercicio cada día, con entusiasmo y buena cara.
  • Decirle no al chocolate como si fuera fácil.
  • Tener apps para controlar pasos, sueño, macros, si has bebido agua y si has pestañeado correctamente.

Y claro, cada vez que no lo conseguía, me caía encima la culpa, el drama y la voz interior con acento de influencer decepcionada.

Hasta que un día me pregunté:
¿Y si ser saludable también incluye perdonarme?
¿Y si un día de sofá, series y pizza no me borra todo lo que he avanzado?
¿Y si “comer bien” no significa comer perfecto, sino comer con sentido y sin castigo?

🤯 Parte 2: El momento de la epifanía (el día del bocadillo)

Recuerdo el momento exacto. Me estaba comiendo un bocadillo de jamón con tomate (glorioso, por cierto) y justo antes de dar el último mordisco pensé:
“Esto no encaja con mi dieta… ¿pero me hace bien?”

Y me hizo bien.
No por las calorías ni los macros, sino porque me sentía bien comiéndolo, sin ansiedad, sin culpa y con hambre real.

Ese día, entendí que la salud también se mide en paz mental.
Que puedo hacer ejercicio tres días por semana en lugar de siete, y seguir siendo constante.
Que puedo tener mi rutina de caminar por las tardes sin que eso signifique que tengo que entrenar como una espartana sudorosa en cada sesión. Que puedo descansar, puedo equivocarme y puedo volver a empezar sin necesidad de azotarme con la barra de pan integral.

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🧠 Parte 3: Cosas que hago ahora y que antes me parecían “fracasar”

  • Me salto un entrenamiento y no me castigo (¡gracias, sofá, por recibirme sin juicio!).
  • Como galletas con café, pero ya no escondo el envoltorio como si fuera prueba de delito.
  • Bebo agua… pero también bebo café, y lo disfruto.
  • Me muevo cuando puedo, como puedo y sin presionarme por tener que hacerlo “perfecto”.
  • Me celebro por lo que sí hago, y no me entierro por lo que no.

Y oye, funciona.
Funciona porque lo mantengo.
Funciona porque no me agota.
Y funciona porque me hace sentir humana y no un robot de gimnasio de Instagram.

💡 Moraleja sin postureo (ni filtro)

Ser saludable es un viaje, no una etiqueta.
No es una foto en mallas nuevas, ni una rutina impoluta, ni una lista interminable de “prohibidos”.

Es elegir cuidarte a tu ritmo, con días buenos, días raros, días de pizza y días de ensalada.
Es escuchar al cuerpo, darle tregua y moverte porque puedes, no porque “tienes que”.
Es aprender que lo que no haces perfecto… también suma.

📣 Y tú, ¿has entendido ya que ser saludable no es ser perfecto?

Si estás en ese punto en el que crees que ser saludable te exige ser otra persona… ¡bienvenida al club!
Pero quédate con esto: tu salud no se mide en calorías, se mide en cómo te sientes contigo misma cada día.

Y si hoy te has movido un poco, has bebido agua o simplemente has dejado de hablarte mal frente al espejo… ya estás ganándole al sofá. Recuerda que ser saludable no es ser perfecto.

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