Siempre me había dicho eso de: «el lunes empiezo», y como buena persona coherente, pasé años evitando que llegara ese lunes. Pero un día… pasó. Mi primera vez en el gimnasio, contada desde la honestidad y con los abdominales que no conseguí… pero me reí mucho.
🏋️♂️ Capítulo 1: El día que firmé mi sentencia
Ahí estaba yo: en la recepción del gimnasio con cara de «soy nueva pero quiero parecer que sé lo que hago». El monitor me dio una sonrisa tipo “otra valiente que va a descubrir el infierno en mallas”, me dio un tour que duró 7 minutos (en los que no entendí absolutamente nada) y me despidió con un:
—¡Cualquier duda, me llamas! Sí, claro, justo cuando me esté desmayando en la elíptica.
Mi primera vez en el gimnasio empezó con más miedo que motivación, pero ahí estaba.
👕 Capítulo 2: El atuendo… de la vergüenza
Fui con una camiseta del 2010 de un concierto al que ni fui, pantalón de chándal que hacía “swish swish” al caminar, y unas zapatillas que ya habían pasado su jubilación. Al verme en el espejo, pensé:
—Parezco más lista con libros en la mano que con mancuernas…
Y es que el look de mi primera vez en el gimnasio era más «domingo con resaca» que «entrenamiento funcional».
🏃♀️ Capítulo 3: El calentamiento… y la humillación
Mi plan era: 10 minutos de cinta para ir suave. Resultado: a los 3 minutos ya tenía el ritmo cardíaco de quien ha visto a su ex con alguien nuevo. Empecé a sudar, me tropecé con el cable de los auriculares y casi me autoestrangulo.
Un señor mayor a mi lado corría como si estuviera escapando de la muerte y yo apenas podía respirar. La cinta era mi enemiga. La cinta sabía que yo era una impostora. Y yo también lo sabía.
Así fue mi primera vez en el gimnasio: una tragicomedia de sudor y torpeza.
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🏋️♀️ Capítulo 4: Las máquinas del mal
Probé esa máquina de piernas que parece una silla de tortura medieval. Luego una para hombros, que me hizo preguntarme si alguna vez había tenido hombros. Y una especie de banco que juraría que era para hacer abdominales, pero yo solo conseguí parecer una croqueta rodando.
Y claro, el momento estrella fue cuando se me cayó una mancuerna (de 2 kilos, pero eso no lo sabían los demás). El estruendo fue tal que me miró hasta el recepcionista. Yo fingí estiramientos y luego me fui al baño a replantearme la vida.
Por si alguien dudaba: mi primera vez en el gimnasio no fue exactamente un éxito de taquilla.
💧 Capítulo 5: Lo mejor del gimnasio… fue salir
Cuando por fin decidí rendirme, pasé por los vestuarios como quien ha sobrevivido a una guerra. Sudada, roja, con las piernas temblando como gelatina.
Pero algo dentro de mí había cambiado: no morí.
Y eso, para mí, ya era una victoria.
Porque sí: mi primera vez en el gimnasio no fue mágica, pero fue un paso. Uno tambaleante, sí… ¡pero un paso!
🚫 Capítulo 6: Por qué supe que no era lo mío (y por qué está bien)
✅ Porque no me sentía cómoda.
No era el espacio para mí. Ni el ambiente. Ni el espejo de cuerpo entero que me juzgaba.
✅ Porque no lo disfrutaba.
Sentía más ansiedad que ganas. Y el ejercicio no tiene que ser una tortura medieval.
✅ Porque hay más caminos.
Caminar, bailar en casa, hacer yoga con una app o irte al monte a gritar. Moverse no tiene que ser en un gimnasio para que cuente.
Y mi primera vez en el gimnasio me ayudó a entender eso.
😅 Capítulo 7: Cosas que pensé en mi primera vez en el gimnasio
- “¿Por qué hay gente feliz aquí? ¿Qué droga reparten?”
- “Voy a fingir que sé usar esta máquina aunque me arranque una costilla”
- “¿Esto que duele es normal o me estoy rompiendo?”
- “Nunca pensé que sudar la gota gorda fuera tan literal”
- “Mi sofá me perdonará si vuelvo…”
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✨ Beneficios de haberlo intentado (aunque no siguiera)
Aunque no volví a ese gimnasio, haberlo intentado me enseñó cosas importantes:
- Rompí la barrera del miedo.
- Me quité prejuicios y me reí de mí misma.
- Descubrí que el gimnasio no era para mí… pero moverme sí.
- Me obligó a buscar otras formas más reales y disfrutables de cuidar mi cuerpo.
Todo eso empezó con mi primera vez en el gimnasio.
Apuntarme al gimnasio fue el primer paso… para descubrir que ese NO era mi camino. Y eso está bien. Porque empezar a moverse no significa que tengas que hacerlo como los demás.
Caminar, bailar en pijama, subir escaleras como Rocky Balboa o hacer sentadillas mientras esperas la tostadora: todo vale si te saca del sofá.
Y recuerda: no es fallar, es aprender qué sí va contigo. El gimnasio no era para mí. Pero el movimiento sí.
Y ahí sigo, dándole la guerra al sofá, una gotita de sudor (y muchas risas) a la vez.
¡Y hasta aquí la entrada sobre mi primera vez en el gimnasio!