El drama de la báscula: una telenovela en tres actos

Mel
By Mel
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¡Hoy os cuento mi gran miedo a la báscula (en tono de humor, eso sí).

📌Acto 1: El miedo a la báscula (alias “la malvada de la historia”)

Todo empezó un lunes. Porque ya sabemos que todos los cambios de vida, dietas y decisiones radicales tienen nombre y apellido: lunes a las 8:00 AM.
Y allí estaba yo. En el baño. Frente a ese aparato malévolo que parece una tostadora de emociones: la báscula.

La miré.
Ella me miró.
Nos tuvimos miedo.

Ese miedo a la báscula que tenemos muchos (y no, no es irracional, es traumatizante), se me instaló en el alma como canción pegadiza. Porque una cosa es saber que te pasaste con la pizza… y otra es tenerlo confirmado por un número que te grita: “¡SEÑORA, CÁLMESE CON LOS DONUTS!”

Me bajé de ahí con la autoestima hecha un trapo y la promesa solemne de cambiar mi vida. Spoiler: volví a subir dos días después. ¿Por qué? Porque uno no puede superar el miedo a la báscula si no la enfrenta como toda heroína de novela: con lágrimas, rabia… y una botella de agua.

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🎭 Acto 2: Negociaciones con la malvada

Después de varios encuentros dramáticos con ese cuadrado del demonio, empecé a establecer nuevas normas.
—Báscula, solo te veré una vez a la semana.
—Y tú, voz interna destructiva, ¡te vas de vacaciones!

Y es que el miedo a la báscula no es solo por el número. Es por lo que creemos que ese número dice de nosotros. Pero seamos sinceras: yo valgo igual 88 que 85 que 92. Vale, quizás a 92 se me marcaban los vaqueros como jeroglífico egipcio, pero igual valgo.

Empecé a ver la báscula como una herramienta y no como una enemiga con agenda secreta. Me dije: “si ella no me dice lo que quiero, al menos que no me hunda en la miseria”.

Así, con música de fondo (la de Rocky, obviamente), fui recuperando el poder:
✔ Me pesaba sin miedo (bueno, casi).
✔ No me castigaba por el número.
✔ Celebraba bajadas, me abrazaba en las subidas.

Y en el fondo, entendí: el miedo a la báscula es como el miedo a los ex. Solo se va cuando entiendes que tú ya no eres la misma.

💃 Acto 3: Reconciliación y cierre de temporada

Hoy por hoy, sigo teniendo esa relación compleja con la báscula. Nos queremos, nos odiamos, nos ignoramos.
Pero ya no me define.
Ya no me cambia el humor.
Ya no me arruina el desayuno (ni la tostada con aguacate que tanto me representa).

Y ahora, cuando alguien me dice: “Ay, no quiero ni mirar la báscula…”, yo contesto:
—Tranquila, la muy traicionera no tiene el poder si tú no se lo das.

¿Mi consejo final para ti, lector/a valiente que también le estás ganando al sofá?
Mírate en el espejo con amor, enfréntate a la báscula con humor y recuerda:
¡Los únicos kilos que sobran son los de culpa!

💡 Moraleja sobre mi miedo a la báscula

No dejes que un número que aparece en un aparatito de baño (a veces traicionero, siempre frío) te dicte si tu día será bueno o malo. El peso es una medida, pero no es la medida de quién eres, de cuánto vales o de cuánto te estás esforzando.

Tu progreso no siempre es visible en la báscula: a veces se nota en cómo duermes, en cómo subes las escaleras sin parecer que vas a ver a San Pedro, o en cómo te ríes más cuando te sientes bien contigo. La autoestima no se pesa, se cultiva. Así que si hoy la báscula no te da el número que esperas, mírala con cara de actriz principal y dile: «Hoy no, preciosa, hoy mando yo». Y sigue dándole caña a tus hábitos, que el sofá no se vence solo. 💪😄

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