Escalera a la gloria (o al segundo piso): cómo empecé a subir y bajar escaleras sin dramas

Mel
By Mel
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¡Hola, hola! ¿Cómo lo lo estás llevando? ¡Espero que estupendamente! En este post te cuento cómo descubrí que subir y bajar escaleras es el cardio definitivo.

Durante años, las escaleras y yo mantuvimos una relación cordial, pero distante.
Yo las miraba.
Ellas me juzgaban.
Y al final, aparecía el ascensor y solucionaba el conflicto como mediador neutral.

Pero llegó un punto en el que entendí que si quería “ganarle al sofá”, tenía que subir escalones. Literalmente. Así que, con más miedo que motivación, empecé a subir y bajar escaleras. Y aunque mi dignidad tropezó un par de veces, mi corazón (y mis glúteos) lo agradecieron. Aquí te cuento cómo lo logré sin convertirme en Rocky Balboa ni desmayarme en el intento.

🧱 Capítulo 1: Mi antigua política de “ascensores primero”

Siempre fui de las que veían unas escaleras y pensaban:
— “No, gracias. Yo ya subí mucho en la vida emocionalmente.”

Las evitaba con la misma precisión con la que esquivo a los vendedores de seguros por teléfono.
Y tenía excusas para todos los gustos:

  • “Es que voy cargada” (con una barra de pan).
  • “No quiero sudar antes de llegar” (a casa).
  • “Mis rodillas no están para eso” (pero sí para estar en el sofá tres horas viendo Netflix).

En resumen: yo era del team ‘si hay ascensor, lo usamos’. Hasta que mi cuerpo empezó a reclamar.

Post recomendado: Luchar contra mis excusas: cómo dejé de ser la reina de los «mañana empiezo»

🥵 Capítulo 2: La vez que subí tres escalones y vi la luz… del otro mundo

Un día, sin ascensor disponible, tuve que subir tres pisos.
TRES.
PISOS.

Llegué al segundo jadeando como si hubiera corrido la San Silvestre, el corazón desbocado, y una señora de 80 años me adelantó sin sudar. Fue humillante y revelador.

Ahí supe que algo tenía que cambiar.

Porque si subir un tramo de escaleras me parecía una película de terror…
¿cómo iba a enfrentar una vida más activa?
¿Y si un día se va la luz y quedo atrapada sin ascensor para siempre?

Así fue como decidí que había llegado la hora de enfrentar el escalón. Con miedo, sí. Pero con zapatillas cómodas.

🧗‍♀️ Capítulo 3: Primeros pasos (o escalones)

No empecé subiendo rascacielos.
Ni de coña.

Empecé en casa, haciendo como que subía y bajaba el mismo escalón durante 5 minutos con música motivadora de fondo (banda sonora de película épica). La cuestión era mover las piernas.

Luego pasé a las escaleras del edificio.
Un piso, bajaba. Dos pisos, bajaba.
Y así, día tras día, como quien entrena para el apocalipsis zombi… pero con descanso.

🔁 ¿Por qué subir y bajar escaleras es el cardio definitivo?

Descubrí que esto de subir y bajar escaleras no solo era barato y accesible.
Era un cardio sin sufrimiento extremo (bueno, casi) y con beneficios reales:

  • Activa el corazón sin necesidad de correr.
  • Tonifica piernas y glúteos (¡hola, trasero firme!).
  • Quema calorías sin salir de casa.
  • Mejora la resistencia con constancia.
  • Se puede hacer con música, podcasts o insultando mentalmente cada peldaño.

Y lo mejor: no necesitas equipamiento, ni membresía de gimnasio, ni WiFi. Solo tú y las escaleras (y el orgullo).

🚀 ¿Cómo mantuve el hábito sin abandonarlo a los tres días?

  1. Objetivos realistas: nada de “20 pisos diarios” desde el primer día. Empecé con uno.
  2. Motivación musical: me hice playlists con canciones que me hicieran sentir en videoclip.
  3. Rutina corta pero constante: 10 minutos de subir-bajar ya eran victoria.
  4. Celebrar avances: el día que subí 5 pisos sin jadear lo marqué en el calendario (y casi lo declaro festivo).
  5. No obsesionarme: si un día no podía, no pasaba nada. Lo importante era seguir al siguiente.

🤯 Cosas graciosas que me pasaron al subir y bajar escaleras

  • Me topé con el mismo vecino cuatro veces en una mañana. Pensó que estaba perdido.
  • Me puse a cantar tan fuerte que una vecina abrió la puerta pensando que había alguien atrapado.
  • Un día me llevé una botella de agua y parecía que estaba escalando el Everest.
  • Me puse a hacerlo en chanclas. No lo hagas. Nunca.

Hoy sigo usando el ascensor… a veces. Pero ahora sé que puedo con las escaleras. Que mis piernas no se rompen. Que mi respiración mejora. Y que, escalón a escalón, le estoy ganando al sofá y ganando vida.

Así que si tú también pensabas que las escaleras eran el enemigo… dale una oportunidad.

Porque lo que empieza con un peldaño, puede acabar en una gran victoria.

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